Todos los años, desde 1992, la ciudad de Guadalajara se transforma en una fiesta. Una fiesta singular por dos razones: por su carácter cultural y porque es eminentemente participativa, pues se produce gracias a la colaboración de una buena parte de los ciudadanos.
La fiesta de la palabra y del oído. Durante el segundo o tercer fin de semana de junio, a lo largo de 46 horas, el Palacio del Infantado se convierte en un escenario mágico por el que pasan cientos de narradores -niños y mayores, individuos y grupos, profesionales y aficionados, de aquí y de allí,…- dispuestos a hacernos disfrutar a varios miles de oyentes de sus historias, cuentos, anécdotas, narraciones, poemas…
Pero lo que le da personalidad a esta fiesta es que gira en torno a algo tan etéreo como la palabra : los miles de palabras pronunciadas y escuchadas a lo largo de todo un fin de semana, desde un viernes a las cinco de la tarde hasta el domingo siguiente a las tres de la tarde. Durante todo ese tiempo cientos de personas permanecen narrando y escuchando cuentos sin parar, sin dormir, comiendo rápidamente para seguir contando y escuchando. Así se celebra el Maratón de los Cuentos de Guadalajara
El Maratón se compone de las siguientes actividades:
Hay otras formas de participar: la más activa es la de los voluntarios que colaboran en tareas organizativas (más de doscientas personas), pero no resulta menos importante la de los oyentes -o “escuchadores”, como nos gusta decir en Guadalajara- cuya cifra es difícil de calcular, pero puede establecerse en torno a los quince mil. Muchos de ellos son vecinos de la ciudad, pero otros muchos son visitantes, algunos de ellos procedentes de lugares alejados, incluso del extranjero.
El Maratón tiene una única regla, y es que los cuentos han de ser narrados, no se pueden leer. Gracias a ella, se puede decir que todos los guadajareños se han convertido en extraordinarios cuentistas. Y, si la ciudad tiene muy buenos narradores, no hace falta decir que en ella se encuentran los mejores oyentes del mundo. No hay más que acercarse al Palacio del Infantado cualquiera de las dos noches a eso de la medianoche –momento en el que puede haber mil quinientas personas escuchando en perfecto silencio- para comprobarlo.